Entre los muchos secretos que rodean a la monarquía británica, uno de los detalles más fascinantes es el aroma que acompañaba a la reina Isabel II de Inglaterra durante toda su vida. La elección del perfume no es un asunto trivial en la realeza; representa tanto una firma personal como un atributo de prestigio. Para Isabel II, su fragancia predilecta fue muy especial, y su historia se entrelaza con las tradiciones y los recuerdos de la Corte.
El inicio de un legado aromático
Desde su juventud, Isabel II mostró preferencia por fragancias florales y empolvadas. Este gusto se hizo patente en momentos cruciales, como el día de su boda, cuando eligió una de las creaciones más emblemáticas de la casa británica Floris: White Rose. Esta fragancia nació en 1800 y se convirtió en un símbolo de elegancia y sofisticación. Floris London, la casa perfumista detrás de White Rose, ostenta el exclusivo Royal Warrant, una distinción que la reconoce oficialmente como proveedor de la Casa Real de Inglaterra, reflejando el apego genuino de la monarca por sus productos.
De hecho, Floris tiene un origen singular: fue fundada por un menorquín, lo que otorga a la marca un vínculo directo con España y una presencia consolidada en Londres desde hace varios siglos. Con el tiempo, White Rose se transformó en mucho más que un perfume para Isabel II; se volvió parte de su identidad personal, un aroma que evocaba recuerdos, emociones y la calidez de un entorno familiar y aristocrático.
El perfil de White Rose de Floris
White Rose se distingue por su delicada pirámide olfativa, compuesta por notas de clavo y hierbas verdes que se combinan con iris, bergamota, violeta, jazmín y el toque empolvado, añadiendo ámbar y almizcle en su fondo. Esta mezcla crea una sensación de frescura y sofisticación, respetando siempre la elegancia que caracterizaba a la reina. Además de White Rose, Isabel II se dejaba seducir ocasionalmente por otra fragancia histórica: L’Heure Bleue de Guerlain, famosa por sus acordes románticos y orientales, con anís, bergamota, neroli, clavel, lirio, rosa, orquídea, nardo, vainilla, sándalo, haba tonka, almizcle y benjuí.
La dualidad entre estas dos fragancias revela la preferencia de la reina por los aromas nostálgicos, florales y ligeramente empolvados, alejados de las tendencias modernas y manteniéndose fiel a lo clásico. Sin embargo, White Rose de Floris ostenta el título de ser la fragancia que la acompañó hasta el final de sus días, consolidándose como parte de su ritual diario y sello personal.
El perfume como símbolo de la realeza británica
No hay aspecto de la vida de Isabel II que no haya sido objeto de análisis, pero el perfume ocupa un lugar singular, conectando el glamour, la historia y la exclusividad en la Corte inglesa. Además de White Rose y L’Heure Bleue, la reina solía encargar fragancias personalizadas en perfumerías especializadas de Inglaterra, como la Perfumería Cotswold en Oxford, donde se elaboraba el aroma ‘Palace’, una mezcla única diseñada para ella. Esta tradición de encargar y usar perfumes únicos era común en la aristocracia, ayudando a reforzar la imagen majestuosa que todo monarca debía proyectar.
La perfumería en la realeza va mucho más allá del gusto personal; es parte de la construcción de la identidad y la representación del poder. Así como los vestidos, las joyas y los accesorios, el perfume actúa como una capa invisible que envuelve a la monarca, haciéndola inolvidable ante sus allegados y el público.
El encanto y la herencia de White Rose
Hoy, White Rose de Floris se considera una joya de la perfumería, un vínculo vivo con la historia británica y con la memoria olfativa de una reina que marcó una época. Su fragancia es tan icónica que ha trascendido generaciones, permaneciendo como una opción exquisita y simbólica tanto para la realeza como para los seguidores del mundo del perfume.
Al analizar su estela aromática, percibimos cómo logra capturar el espíritu de la elegancia británica: notas empolvadas que evocan los jardines de Londres, matices florales que recuerdan los ramos en las recepciones y un fondo cálido y ambarino que transmite serenidad. La fragancia, sin duda, es el reflejo olfativo de una personalidad fuerte, reservada y profundamente vinculada a las tradiciones de la aristocracia inglesa.
No es casualidad que Floris continúe en la actualidad como proveedor de la Familia Real, sumando adeptos entre sus nuevos miembros y entre los aficionados al lujo británico. La herencia de White Rose ha logrado expandirse más allá de los muros del Palacio de Buckingham, llegando a boutiques exclusivas de distintas partes del mundo.
Notas destacadas en el perfume de la reina
- Clavo: Añade un toque especiado que resalta la distinción y profundidad del aroma.
- Violeta: Representa la delicadeza y la feminidad.
- Iris y jazmín: Proporcionan elegancia y refinamiento.
- Bergamota: Garantiza frescura y vitalidad.
- Ámbar y almizcle: Notas cálidas que proyectan sofisticación y presencia.
- Talco: Otorga el toque empolvado y nostálgico, muy apreciado por Isabel II.
El perfume en la historia y la cultura británica
El uso de perfume en la Corte inglesa tiene un arraigo antiguo; ya en tiempos de Isabel I, las esencias florales y el almizcle formaban parte de la vida cortesana, sirviendo para reforzar la imagen y la presencia real. Isabel II mantuvo esta tradición, demostrando que el perfume sigue siendo un elemento clave de la expresión personal y del lujo en la cultura aristocrática.
La predilección por fragancias clásicas demuestra que, en la realeza, el estilo no responde únicamente a tendencias, sino también a la necesidad de transmitir continuidad, historia y carácter. Así, el exquisito perfume de Isabel II se ha convertido en sinónimo de elegancia y en una referencia obligada para quienes desean adentrarse en la tradición británica del buen gusto.
Con cada gota de White Rose de Floris, se despierta un sentimiento de admiración por la figura histórica de Isabel II y por el legado sensorial que deja a la posteridad. Su fragancia representa la fusión entre familia, cultura, tradición y exclusividad. Es, en definitiva, una invitación a descubrir el encanto eterno de una reina que entendía como pocos el poder evocador del perfume.